Falso Profeta leyendo un texto publicado al mismo tiempo en nuestro blog y en PostFilia, hablando sobre el arte más noble del siglo XX y escuchando nuestro falso Nirvana de nuestra era.
Texto:
Vida y muerte de la música como transformadora social en el siglo XX
En el libro El nacimiento de la tragedia, Friedrich Nietzsche plantea que el desarrollo del arte habría de ser entendido por la ciencia estética como uno que está totalmente ligado a una duplicidad y antítesis fundamental entre lo apolíneo y lo dionisíaco. Lo apolíneo representa, para Nietzsche, el arte escultórico de las apariencias y el sueño: “La bella apariencia de los mundos oníricos, en cuya producción cada hombre es artista completo”. Por otro lado, lo dionisíaco representa el arte no-escultórico de la música y la embriaguez: “El ser humano ya no es un artista, se ha convertido en una obra de arte”. De acuerdo con Nietzsche, estos dos extremos se encuentran generalmente en pugna uno con el otro y sólo periódicamente se reconcilian. Nietzsche argumentaba entonces que, para su momento histórico, el lado apolíneo estaba dominando completamente, dejando atrás las posibilidades creadoras que ofrece el frenesí de lo dionisíaco.
Si lo dionisíaco está representado por el arte de la música, como nos cuenta Nietzsche que pasaba desde los griegos, es porque se trata de un arte en movimiento. La música por excelencia es el arte en el que cada uno de los elementos que lo componen es efímero, apenas hemos escuchado una nota, ésta ya se ha ido con el viento. En el oído, cada segundo escapa a la percepción. En cambio, por otro lado, en las artes apolíneas como la escultura y la pintura la apariencia permanece. Podemos cerrar los ojos o voltearnos frente a una escultura o una pintura, pero al abrir los ojos o regresar la mirada la obra seguirá ahí tal y como estaba antes. Lo dionisíaco representa entonces el devenir, lo inaprehensible. Nietzsche llega a identificarlo incluso con la vida, entendida en el sentido de aquello inexplicable que hace un cuerpo se anime. Por su parte, lo apolíneo representa los ideales, es decir lo que sí podemos controlar, calcular, medir.
Curiosamente, el siglo XIX que dio nacimiento a un personaje y una filosofía como la de Nietzsche, también permitió el desarrollo de ciertas tecnologías que cambiarían la historia de las artes. En 1824, el científico francés Nicéphore Niepce, obtuvo unas primeras imágenes fotográficas, es decir, registros de la luz solar en un material fotosensible. No mucho tiempo después, en 1839 se divulga mundialmente el daguerrotipo como primer procedimiento fotográfico. La historia de la fotografía se podría remontar hasta la cámara oscura, de cuya primera publicación data de 1521, por parte de Cesare Cesarino, un alumno de Leonardo Da Vinci. La forma en que se dio el desarrollo de la pintura, y principalmente el despunte de las vanguardias está ligada, como se sabe, a estos procesos de la imagen. Esta historia de las artes de la imagen es bien conocida y estudiada, sobre todo en relación con la fotografía y lo que posteriormente provocaría el cine, pero la de la música (o más bien del sonido) no lo es tanto.
La notación musical es muy antigua. Los primeros registros datan de 1400-1250 a. C. tiempos de Babilonia. Sin embargo, el registro del sonido como tal no viene sino hasta el siglo XIX, igual que el de la imagen. En 1857 Leon Scott patentó el fonoautógrafo, el primer aparato en registrar sonidos en un medio visible. En 1877 Thomas Edison creó el fonógrafo, el primer artefacto capaz de grabar y reproducir sonido. Por otro lado, en 1873, James Clerk Maxwell describió por primera vez las bases teóricas de la propagación de ondas electromagnéticas. En 1888, basándose en la teoría de Maxwell, Heinrich Rudolf Hertz logró llevar a la práctica la creación, detección, emisión y recepción de estas ondas. Para 1906 se llevó a cabo la primera radiodifusión de la historia desde la Brant Rock Station (Massachusetts).
Mucho más tarde de que se dieran estos avances técnicos, en 1936, Walter Benjamin escribe su ensayo clásico La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. En este texto, Benjamin se vale de las posibilidades de los medios de reproducción de la imagen como la fotografía y el cine para poner en duda algunas de las categorías que venían sirviendo en estética para enfrentar la obra de arte, tales como el “genio”, “misterio” y “autenticidad”. Para derrocar aquellas ideas, Benjamin apela a la pérdida del aura de la obra, y por lo tanto de su valor de culto, cuando ya no se puede hablar de una pieza única e irrepetible. En última instancia, las posibilidades de reproductibilidad de las obras, dirá Benjamin, permiten llevar a las masas hacia su emancipación a través de su autoconocimiento.
Las tecnologías de la reproductibilidad provocaron estragos en todas las artes. Éstas se fueron autocuestionando cada vez más hasta llegar a intentos de su propio anulamiento, pasando por las artes efímeras como el happening hasta llegar al arte minimalista y posteriormente el conceptual. Pero hay un relato actual que sostiene el crítico de arte Brian Holmes acerca de cómo este cuestionamiento que estaba dirigido hacia el interior de propio ámbito del arte, poco a poco fue pasando las barreras para ocuparse de la vida cotidiana al punto en que quizá ahora lo encontremos más afuera de la institución artística que adentro. Muy brevemente: los dadaístas y los constructivistas cuestionaban la institución del arte desde el interior para abrirlo hacia la sociedad. Muchas corrientes artísticas se pusieron en diálogo con la industria, como el arte pop, los nuevos realistas o el apropiacionismo. Los situacionistas simplemente prescindieron de la institución y se propusieron actuar directamente en el escenario de la vida cotidiana, la calle y las publicaciones impresas. Pero, argumenta Holmes, no fue sino hasta que se disemiaron los aparatos de reproducción casera a nivel masivo que el “hazlo tú mismo” que se da totalmente afuera del ámbito del arte esta posibilidad del cuestionamiento.
Paralelamente, para que llegara este momento fue necesario un desarrollo dentro de lo que se conoce como cultura pop que cuando se cruzó en algunos puntos con estas tendencias artísticas dio un fenómeno particular que podríamos identificar como un poder de transformación social masivo que tuvo la música durante la segunda mitad del siglo XX. En 1956, el cantante popular Elvis Presley lanzó “Heartbreak hotel”, como estrategia de mercado para expandir la música afroamericana en el territorio de E.U. de parte de Sam Phillips, dueño de Sun records. El rock n’ roll se convirtió en un género de música que desde el principio trajo consigo una carga juvenil y rebelde por sus vínculos con la música y expresiones de una clase marginada en E.U. cuya historia se podría remontar hasta la llegada del puritanismo inglés a América y la emergencia en este territorio de los shakers y otras sectas, algunas de las cuales mezclaban las creencias y rituales cristianos con los de los indios Sioux.
La historia de cómo la música después denominada simplemente rock, en sus miles de variantes, se convirtió en un símbolo de la rebeldía a nivel masivo para la segunda mitad del siglo XX involucra una serie de acontecimientos. En 1964 los Beatles visitan E.U. por primera vez, con lo cual alcanzan una fama y reconocimiento insólito, pero además conocen en su segunda visita a Bob Dylan, ícono de la música de protesta en ese país durante ese tiempo. El fenómeno hippie, heredero en parte del Beatnik norteamericano, movimiento en literatura, filosofía y, sobre todo, conocido por la experimentación con narcóticos, estaba creciendo e involucrándose en las protestas multitudinarias contra la guerra de Vietnam. Dentro del mundo del arte, Andy Warhol produjo al grupo The velvet underground en 1968. El movimiento artístico Fluxus, que traía la herencia de todas las vanguardias artísticas, se unió al movimiento hippie que protestaba a nivel masivo.
Todo este entramado llega, pues, a los 70 y el ya mencionado “hazlo tú mismo”, que el movimiento punk tomó como estandarte, se reviste además con una tendencia más bien anarquista y nihilista parecida a la del movimiento dadaísta, pero esta vez ya no a nivel especializado del arte, sino desatada en el espacio social, en las calles. A pesar de que la banda de punk Sex pistols era parte de una estrategia comercial para promover una tienda de ropa en Inglaterra, por sus tendencias nihilistas y anarquistas, el movimiento punk ha sido emblema de generaciones y generaciones de adolescentes inconformes con la sociedad que pretenden separarse de ella y generar sus propios modos de vida. Por un giro inesperado, la famosa actitud punk resultó ser un cruce entre las vanguardias artísticas, los movimientos obreros y de protesta y el atractivo de la industria del pop. ¿Qué es lo que tenía la música en particular que permitió este cruce? Quizá una combinación entre lo dionisiaco que ya describía Nietzsche y las posibilidades de destrucción de aura que permitían las tecnologías de reproductibilidad de las que hablaba Benjamin.
He aquí una hipótesis primaria: que las posibilidades de reproductibilidad técnica en la música no tuvieron las mismas consecuencias que en la pintura. En ésta última, las repercusiones se dieron a principios del siglo XX y tenían que ver con un cuestionamiento de la institución artística, pero en la segunda, la música, las derivaciones tardaron mucho más tiempo en llegar a las masas y surgieron de una forma totalmente separada de la institución en un campo que le pertenece más bien a la cultura popular. La diferencia bien podría vincularse con el hecho de que uno es un arte apolíneo y el otro es dionisíaco. De tal manera que no es sino hasta que la posibilidad técnica de producción, reproducción y distribución alcanza y se hace masiva en la música que ésta cobra un giro apolíneo y entonces trae consigo nuevas condiciones estéticas y de subjetivación a nivel mundial.
De las tantas variantes de la música rock que surgieron en el siglo XX, tal parece que lo único que les une es un afán por la rebeldía, un ímpetu por mantenerse siempre adolescente y frenético. No pasó así con el cine por ejemplo, pues aunque podemos encontrar una especie de punk del cine que es el Cinema of transgression de principios de los 80 en Nueva York, éste nunca se popularizó. Sin embargo, lo que sí sucedió fue que las décadas de los 80 y 90 la música se apoderó también de las artes de la imagen en movimiento. Lo hizo a través del videoclip y la MTV. Esto fue el culmen de un proceso por medio del cual la música sirvió para transformar a nivel masivo infinidad de subjetividades. En muchos momentos, desde el hippismo hasta la caída del muro de Berlin y posteriormente el suicidio de Kurt Cobain, se creía que la música podía cambiar el mundo, o al menos el mundo personal.
Todavía existen, por supuesto, remanentes de aquellas ilusiones. La música no ha dejado de cambiar el mundo, quizá de sujeto en sujeto, así como también lo puede hacer la pintura, la literatura, la danza o cualquier otro arte, pero especialmente desde la llegada y expansión de internet la música ya no ha tenido estos grandes momentos. Más bien se diversificó. Ese cruce inesperado que sufrió la música en la segunda mitad del siglo XX tuvo como telón de fondo, por supuesto, el desarrollo de las tecnologías que lo permitieran. Pero en 1997, el grupo de rock alternativo Radiohead lanzó un disco llamado OK Computer, presagiando de alguna manera con el título de este álbum lo que sucedería en adelante con la música. Ésta sería sobrepasada por las propias tecnologías, provocando que en ellas, ante el mar de información tan amplio al que nos enfrentan, la música sea sólo una más de tantas expresiones.
Paradójicamente, gran parte del misterio y atractivo que guardaba la música en el siglo XX se debía al no tan fácil acceso que se tenía a ella. Es decir, uno tenía que tener físicamente una copia del material para escuchar la música. Eso hacia que alguna música no llegara a determinados lugares, que pudiera ser prohibida en otros y que hubiera lugares específicos para adquirirla. Los jóvenes que tenían acceso a cierta música se identificaban con cierta vestimenta y una forma de pensar. Con la llegada de Napster y otros servicios de música en línea, no sólo las compañías discográficas sufrieron grandes pérdidas. Si bien hubo un boom musical a finales del siglo XX y principios de éste gracias a la amplia posibilidad de compartir música, este auge también trajo consigo una serie de contrariedades para los músicos, los espectadores, los empresarios y todo tipo de gente involucrada en dicho fenómeno.
Con la llegada del acceso a la información, la música perdió su misterio, quizá. Perdió totalmente su aura, diría Benjamin. Pero eso abre también la puerta a nuevos fenómenos culturales. No quiere decir que haya dejado de haber jóvenes, ni rebeldía, ni nuevas tecnologías de las cuales se apropien. Poner atención en esto nos invita a repensar no sólo las tesis benjaminianas y nietzscheanas sobre la necesidad permanente del valor de culto y la destrucción de éste en todas las generaciones, sino también las formas particulares en que esto se da. Así, en relación al fenómeno de la estética de la música en el siglo XX, por todas las características que hemos descrito arriba, cabría muy bien preguntarnos ¿cuáles fueron las condiciones que llevaron a esto?, ¿cuáles son las consecuencias históricas de este fenómeno de la segunda mitad del siglo XX?, ¿cuál es la forma en que la estética del siglo XXI está asimilando y se está nutriendo de ello? Eso es lo que nos queda por pensar y por hacer.
*Se pueden encontrar en su versión escrita en PostFilia aquí.