Falso Profeta leyendo nuestra entrada de blog, publicada al mismo tiempo en PostFilia, y escuchando un disco clásico de 1986.
Texto:
El dispositivo canción II: tecnologías de la revolución mas(subjet)iva
El ser humano está dotado de un aparato psíquico demasiado sensible a los cambios, pero también a las repeticiones. Así, desde la antigüedad, las civilizaciones han desarrollado diversos tipos de arte que muchas veces se basa únicamente en la modulación de motivos como acumulación de estímulos similares unos tras otros para provocar un efecto en los sentidos. Pensemos por ejemplo en cualquier templo antiguo, cualquier decorado de estas edificaciones podría consistir solamente en la reiteración de una línea quebrada o en sí mismas las columnas o las pirámides no serían sino composiciones basadas en la redundancia. Una línea curva o una quebrada, un vértice o una figura cualquiera al ser repetida varias veces termina por producir una reacción fisiológica quizá aún indeterminada por la ciencia pero muy utilizada por el arte. Y es verdad que ante cualquier motivo visual repetido es posible experimentar, sea con o sin ayuda de estupefacientes, una serie de efectos que nos pueden llevar a acciones que van desde la mera contemplación hasta la hipnosis y a actos violentos en masa.
¿En qué momento el ser humano capta que algún motivo se ha repetido?, ¿cuál es ese umbral en el que una mera repetición se torna agradable o desagradable? En la música, se dice que todo empieza con el sonido de un tambor, un golpe, que se repite y que genera una especie de llamado. Bien se puede hacer la referencia al latido del corazón para argumentar que hay un fundamento en esta forma de convocar a la reunión alrededor de un simple retumbar que insiste. Se dice incluso que el lenguaje ha nacido de ahí, de esa congregación primitiva que atrae por su misma fuerza de ahínco. Así como pasa con los motivos visuales, también con los sonidos el ser humano es tan sensible a las reiteraciones que podría iniciar un baile de cualquier tipo simplemente con un chasquido de dedos reproducido lo suficientemente cercano uno del otro en el tiempo como para ser captado como unidad rítmica. Una vez más, el umbral que hace nacer el ritmo es indescifrable, indefinible.
Pero así como en la pintura las texturas pueden ser infinitas y llega un momento en que se comienzan a constituir códigos visuales cada vez más desarrollados como la perspectiva, también en el sonido la estructura de los cuatro tiempos resultó un recurso fundamental para la elaboración de los ritmos. De hecho, se podría decir que los 4 cuartos se corresponden casi perfectamente en la dimensión del sonido con los 4 cuadrantes que se originan cuando un lienzo rectagular es sometido al mecanismo del punto de fuga desde cada una de sus esquinas. Este tipo de artificio que hizo en la pintura de caballete el dispositivo favorito del arte pictórico, en la música a través de los 4 cuartos la hicieron el dispositivo óptimo para su consonancia masiva. No todo fue gracias a los medios masivos de comunicación, o mass media. La subjetividad que se transformó a partir de la música en el siglo XX debió su fuerza de revolución también a un entramado de vectores configurados para el aparato sensitivo humano.
Y así como en lo visual a principios del siglo XX hubo una experimentación para romper con los estándares de las composiciones que se hacían llamar realistas, casi en la misma época, aunque a una velocidad más lenta, sucedió con la música. Desde Luigui Russolo y sus máquinas de ruido podríamos rastrear el nacimiento de un impulso de la música contemporánea que cada vez, a lo largo de todo el siglo XX se hizo más y más inasimilable para el gusto tradicional de quienes aún se apegarían a creer que la música debe tener ritmo y armonía. Esta historia de la experimentación sonora le pertenece aún a los anales de la historia del arte, siendo clasificada todavía hoy, en 2020, como música de vanguardia o arte sonoro. En más de 100 años, poco de ello, si no es que prácticamente nada, ha tenido la suerte de infiltrarse en el gusto normalizado de la mayoría que pasa por los medios tradicionales como el radio y la televisión; y aún con la llegada del internet, no se deja ver para cuándo esto podría suceder.
Romper con la tentación de la repetición, que no tiene nada de desdeñable, sino que es apenas el primer grado de la música, supone todavía un gran esfuerzo al cual mucha gente se niega, al grado de que todavía resulta impensable que una música sin ritmo pudiera hacerse comercial por ejemplo. Eso es una cosa que todavía nos queda por pensar y crear. El gusto musical a nivel masivo sigue apegado a dinámicas muy primitivas. Es de hecho muy sorprende cómo es que aún dentro de la supuesta música rebelde de muchos géneros aún se sigue apegada a los 4 cuartos y a las armonías convencionales. Y es que lo inaudito quizá reside justamente en cómo es posible que no hayamos podido aún inventar otro tipo de dispositivo auditivo tan eficaz como para actuar en el intersticio entre un nivel masivo y uno subjetivo a la vez. Aún con la revolución que significó la cultura del remix desde el hip-hop, el sueño de John Cage de reemplazar el dispositivo musical por el de un nuevo tipo de organización del sonido totalmente fuera de lo musical parece aún muy lejano, si no es que imposible.
Es verdad que para que un dispositivo auditivo como la canción alcanzara el grado de expansión que logró en el siglo XX hizo falta un despliegue de fuerzas de muchos tipos, tecnológicas, económicas, políticas, etc. Y es que tan solo cuando uno escucha una canción grabada automáticamente se ponen en marcha una serie de imaginarios que vienen con ella. Vienen historias de personajes, movimientos sociales, imágenes de vestuarios, escenas, discursos políticos, ideologías enteras, actitudes, gestos, colores, ambientes, en fin. La memoria y la percepción se conjugaron de una manera casi perfecta en correspondencia con las tecnologías como facilitadoras o potenciadoras en este tipo de dispositivos de breve duración pero de efectos insospechados. Lo que entraba por los oídos terminaba siendo lo de menos ante un estímulo tan complejamente compuesto que lograba conexiones internas de todo tipo.
El dispositivo canción en algún momento fue tan importante que era posible dar mensajes revolucionarios a través de éste. Hoy ya no es así. Hoy el mundo de la música grabada es tan amplio que se vuelve irrisorio pretender la erudición en ello. Todo el mundo es expertx en un tipo de música en particular. Si en algún momento había una especie de columna vertebral del pop, se debía esto más a factores políticos y económicos que a cualquier otra cosa. Y, sin embargo, hoy en día no hemos podido superar aquella estructura bajo la cual fue configurada la sensibilidad musical actual. Lxs millones de djs alrededor del planeta parecieran no aportar ni transformar absolutamente nada a aquel dispositivo del que estamos hablando aquí. Se trata más bien de expropiaciones anárquicas, lo cual está muy bien por supuesto. Pero eso no quiere decir que no se trata de una repetición de aquella arquitectónica del sonido edificada en el siglo XX, basados en una nostalgia profunda de aquellos tiempos dorados de la música. Y no es que antes no hubiera infinidad de músicas en todo el globo terráqueo. Ya lo hemos dicho, fueron las tecnologías de la captura y reproducción del sonido, así como su colindancia con todas las demás esferas mencionadas aquí, lo que le dio tanto peso en la época mencionada.
No estamos diciendo que música sea igual a pop, aunque casi. Pasa como con las instituciones de cualquier disciplina, lo que no se produce en sus marcos normativos no es ni siquiera tomado como existente. Así, no fue sino hasta la invención de la etiqueta comercial de “música del mundo”, a finales del siglo pasado, que de pronto adquirieron relevancia los ritmos no anglosajones. Y de inmediato proliferaron lxs fanáticxs y reivincadorxs de las músicas del llamado “tercer mundo”. Pero ya era demasiado tarde. La sensibilidad estaba ya tan fijada que, más que decolonizar los gustos, abonan aún más a mantenerlos. Ya ni hablar de quienes siguen apegados a géneros como el punk o la trova en pleno 2020. Estos estilos que estuvieron vinculados a la música de protesta en algún momento, hoy no pueden verse sino como conservadores.
Del mismo modo, cada determinado tiempo surge un nuevo re-descubrimiento de algún tipo de música que se coloca en un cierto estatuto privilegiado. Emergen supuestxs conocedores por doquier que intentan distinguirse del resto de la gente por su refinado gusto, producto de una ambición y una obsesión no tanto por la música, sino más por su pretensión de clase. De pronto todo el mundo se vuelve expertx en un tipo de música culta para poder alcanzar a estos sujetos con un gusto pretendidamente más desarrollado, separándose del resto porque no solamente escuchan lo que está de moda, sino que van más allá hacia los archivos perdidos y originales a los cuales el común de la población, por flojera o poca capacidad, no pueden acceder. Paradójica, pero muy evidentemente también, estos auto-propuestos catadores musicales terminan siendo los más dependientes de los gustos vistos por ellos mismos como vulgares, pues derivan de ahí su impulso al mismo tiempo que lo utilizan como su antagonista para darse valor.
El reguetón es quizá el más reciente resquicio de una sensibilidad estandarizada que esta vez se abandera desde la otredad del sur para poder colocarse en el lugar que le correspondía antes al pop sin apellidos, tratando de rescatarlo, más que de destronarlo. En otra parte están músicas como el freejazz o la experimentación sonora, la cual, como ya dijimos, a pesar de haber comenzado su exploración desde hace más de 100 años, sigue llamándose “música de vanguardia”. Éstas nunca alcanzarían, ni parece que lo vayan a hacer, ese estatuto de asimilación tan masivo y comercial. Antes que eso es posible que la sociedad contemporánea –ya no la de las masas, sino la de los nodos conectados que somos todxs– prefiera cambiar totalmente su atención, del arte dionisiaco de la configuración sonora y efímera a algún otro más apolíneo, como siempre. Lo que resulta claro es que hoy ya no es suficiente el espacio de 3 a 5 minutos para transmitir ideas tan complejas como las que requiere la era de la información. Las sensibilidades han cambiado. Hoy habría que pensar en una memética auditiva en todo caso.
Ahora bien, y para concluir con esta reflexión al vuelo, no podemos dejar de señalar que la experiencia estética resulta desde cierto lugar un estorbo en este nuevo rizo de la conformación de subjetividades en el sentido de que tiende hacia el espacio meramente mental. Pero también es cierto que el internet es en sí una experiencia estética y es eso lo que habría que recordar junto con los planteamientos de Derrida sobre el texto y el olvido de éste en nuestra sociedad logocéntrica. Experiencias como la hipermedia, los videojuegos, las apps, la interacción en red, entre otras, son las que ahora han reemplazado a la escucha solitaria de los audífonos o la imposición ante lxs demás por medio de las bocinas. Otros dispositivos vendrán. No hay que temerle al porvenir.
*Este texto es parte de una reflexión intermitente que tiene una primera parte, no forzosamente comprendida consecutivamente. Se pueden encontrar en su versión escrita en PostFilia aquí o en su versión leída por el Falso Profeta aquí.