Falso Profeta leyendo “El dispositivo canción IV: Música e imagen”, entrada ublicada al mismo tiempo en PostFilia, en vivo con colaboraciones de lxs presentes con los fondos musicales.
¿No han oído hablar de unx neurodivergente que en pleno día en medio de un festival de música corría entre la multitud con la cámara y lámpara de su celular encendidas gritando sin cesar: ¡busco una estrella!? Como lxs presentes no entendían, sus gritos provocaron risa. ¡Las estrellas salen en la noche! –decía unx–. ¡Tendrás que ir a buscar al backstage! –vociferaba otrx–. ¿Es que acaso cancelarán el concierto?, ¿esto es una clase de performance o promoción? Y a estas preguntas acompañaban risas en el coro. Le neurodivergente se encaró con ellxs y, clavándoles la mirada, exclamó: “¿Dónde están las estrellas? Se los voy a decir. Les hemos matado; ustedes y yo, todxs nosotrxs somos sus asesinxs. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo?, ¿cómo hemos pretendido, en primer lugar, crear nuestras propias luces artificiales, reflectores de todos los tamaños para imitar su fulgor? y ¿cómo hemos podido, más tarde, llevar esa luz a todos los hogares por medio de dispositivos, creando nuestras propias estrellas humanas, queriendo reemplazar las antiguas constelaciones que servían de guía para nuestrxs antepasadxs? Más aún, ¿cómo hemos querido todxs nosotrxs convertirnos en estrellas, conectándonos todxs por medio de redes en las que únicamente nos autoadmiramos al mismo tiempo que saturamos nuestra mirada y exigencias para parecer cada vez más brillantes?” Y luego continuó: “Si es que en algún momento pudimos imitar su incandescencia por medio del arte de la música rebajado a la cultura popular, hoy ya no tenemos ni eso. ¿Cómo pudimos vaciar la noche? Nuestras estrellas también se pudren. ¡El starsystem ha muerto! ¡La música ha muerto! ¡Y permanece muerta! Nosotrxs le hemos asesinado.”
Se agotó la cultura pop. Se agotó por explotación extrema de parte de los mismos medios que le dieron vida. La hicieron expandirse y la llevaron a la extenuación. Y fue a causa de una alquímica mezcla entre música e imagen que esto sucedió. Por un lado, la música es un arte del sonido que se niega a una captura absoluta en el tiempo, pues a pesar de la gran cantidad de dispositivos para registrarla y reproducirla, en la percepción sólo permanece mientras dura su ejecución. La notación musical jamás ha pasado de ser solo un intento muy limitado de traducción de lo que entra por los oídos a un lenguaje visual. Tanto la experiencia de la recepción como la de la interpretación en vivo contienen un resto inquebrantable e incorruptible que no tiene que ver con la clasificación de sonidos por aquellos que pretenden fijar reglas para hacerlo a través de códigos. No se trata de que la experiencia del sonido sea algo así como más originaria que la del ver, a pesar de que algunas investigaciones biológicas puedan advertir que efectivamente dentro del vientre materno el sentido del oído está ya desarrollado junto con todos los demás, a excepción de la vista, la cual tendrá que esperar hasta el nacimiento. Aunque así sea, son las formas culturales las que dirigen los sentidos, dando privilegios a unos sobre otros de una manera tal que en la amalgama de sensaciones resultante se vuelve imposible distinguir hasta dónde empieza uno y termina el otro. Y así es como la música, como arte que alcanzó su popularización plena en el siglo XX, sólo pudo ser agotada cuando se fundió con la imagen en las portadas de discos, las revistas musicales y el videoclip, entre otros dispositivos encargados de encausar y sacar ganancias de la mirada.
Por su parte, la llamada cultura visual del siglo XX ya se consumió totalmente y ahora pertenece a toda aquella subjetividad que quiera mostrarse en redes sociales. Es cierto que mucho se ha hablado de la ícono-mía cultural actual, existiendo ya un amplio campo de estudios sobre ello, pero poco se ha desarrollado de la cultura aural. Si acaso se investigado en su conjunción como lo audiovisual en los estudios sobre comunicación en el cine, la televisión, las series, etc. Pero todavía falta comprender ese momento en que el sonido pudo llegar a determinar las subjetividades en la cultura musical de la última faceta del siglo pasado. Se trata de un momento en el que se invierten –o por lo menos se funden–, casi por accidente, los estatutos jerárquicos en que la cultura occidental ha ordenado la percepción, colocando por encima –o al mismo nivel mínimo– lo que entra por los oídos y lo que entra por los ojos. Si nos dejamos llevar por este giro sónico –que puede ser visto como algo epocal, pero también como un cierto instante, coyuntura o situación particular de cada persona o de una comunidad– también es posible que se abran ante nosotrxs otras posibilidades de organización social y material. Tal es lo que probablemente sucedió –y quizá sigue sucediendo– a través de las llamadas subculturas en donde efectivamente parece que se gesta otro mundo posible –aunque sea por un rato, aunque sea sólo un sentimiento– para quienes comparten un cierto modo de vida que va acompañado de un cierto estilo para el mostrarse, o look, pero sobre todo un cierto tipo de música. Ahí de pronto todo era posible, al menos durante el tiempo en que se extendía en el aire el sonido de tu canción favorita.
No puede haber un momento de mayor autoconsciencia de la televisión que aquellas cápsulas en que Beavis y Butthead se sentaban frente a su aparato televisivo a presenciar y comentar videos de la MTV. Para empezar, el videoclip, ya lo hemos dicho, representa un punto culminante en que la imagen y el sonido se empalman de tal manera que, aún pudiendo ser plenamente azarosas, cuadran perfectamente una con el otro. Este momento de plenitud de los aparatos de reproducción de la imagen y del sonido, recordemos, son previos a los memes de la cultura contemporánea, pero son su antecesor más acabado. Ahora bien, la cultura de finales del siglo pasado está muy bien reflejada en aquellos dos adolescentes de poco cerebro que criticaban a su manera los contenidos de los videos musicales del famoso canal que, por cierto, tuvo también su único auge en aquella época. Pero no se trata aquí de una nostalgia por aquellos tiempos ni mucho menos, como habrán podido notar, aunque tampoco se trata de un desprecio total por esta cultura del vacío a la manera de Lipovetsky. Si colocamos a estos dos personajes como epítome de la autoconsciencia televisiva es porque estos dos descerebrados curiosamente vivían de una manera bastante gozosa su ineptitud y falta de preocupación acerca del mundo. Siendo unos personajes caricaturescos, por supuesto, podían permitirse lo que fuera, pero precisamente con esa licencia, a lo único que accedían era a la posibilidad de hacer lo mismo que hace cualquier otra persona: ver la televisión y basar sus criterios de vida únicamente en ello.
El videoclip es el reverso perfecto del cine. La historia de éste último arte le llevó a que en un primer momento fuera mudo y luego fuera el sonido el que se cuadrara con la imagen, por supuesto contando entre su historial con infinidad de experimentaciones para hacerlo. Sin embargo, la historia del videoclip es distinta, primero existe una pista sonora y luego se exige una imagen que le acompañe como correlato casi necesario con fines de difusión y sobre todo comercialización. Aunque, como ya dijimos, en el cine pueda haber una inconmensurable cantidad de ejercicios de ruptura y juego de la cinta de película y la de sonido, la naturaleza del videoclip es analíticamente la contraria a la del cine. Lo que permitió la MTV y otras televisoras de videos musicales fue que un cierto grado de delirio fuera permitido ante nuestros ojos. Esto, sin duda, tiene sus antecedentes no solamente en los experimentos del cine sino sobre todo en las pruebas gratuitas de LSD de los Merry Pranksters y las proyecciones de colores que intensificaban la alucinación. Por la naturaleza del video musical, es decir, al ser la imagen la que sigue el sonido, la vista, como el sentido más desarrollado de las sociedades occidentales, de pronto deja de tener control. ¡Y eso es un gran acontecimiento cultural!
Muy probablemente no se le dio la importancia suficiente en su momento. No se vieron ni se explotaron sus potenciales revolucionarios. Una vez más, diría Walter Benjamin, la infraestructura avanzó más rápido que nuestra capacidad para comprender esas transformaciones materiales. Lo esencial aquí es que de pronto la música por sí misma parecía ya no ser lo importante o el centro, pero tampoco la imagen solamente, sino toda una propuesta de mundo que se nos presentaba en la pantalla. La subjetividad entera se veía comprometida en ese compuesto sintético que era la cultura en torno a la música. Al nivel popular, la música llegó a ser tan importante que hubo un momento en que se podía más identificar o anhelar ver una película por su soundtrack; o que toda una producción cinematográfica únicamente sirviera como correlato de un tipo de música, de un cantante o de una banda; o que la película ya ni siquiera era vista, sino que era en el videoclip donde se condensaban las escenas relevantes y con eso bastaba. Y más allá del soundtrack, sabemos que el trabajo sonoro dentro de las producciones cinematográficas es un elemento fundamental a través del cual se provocan todo tipo de emociones. No sabemos cuál habría sido el destino del séptimo arte sin ello, por supuesto, ni vale la pena aventurarse a especularlo, puesto que ya es demasiado tarde. Hemos configurado esta amalgama audiovisual de manera tan fina culturalmente que sería difícil desaprenderla. Hoy tenemos todo tipo de fanáticos de cualquier cantidad de producciones de aquella era dorada del pop en todas sus manifestaciones y dimensiones. Y todavía no logramos comprenderla. Es, en todo caso, el destino próximo el que, como siempre, se vuelve objeto de gran cantidad apuestas que en la economía de la especulación se juegan con nuestra información donada voluntariamente en internet con tal de sentirnos partícipes en la construcción de un posible nuevo resplandor.
Es la industria la que exige una cosa o la otra en determinados momentos de la historia, eso es cierto, pero también tenemos que aceptar que no se trata solamente de algo unilateral, es decir que no es una especie de manipulación de las masas por parte del capital únicamente. Hacer música en el último tramo del siglo XX no era nada más una cuestión de gustos, no era un pasatiempo ni tampoco un tipo de profesión. Del mismo modo, la música no era puramente un modo de entretenimiento más dentro de las ofertas del consumo. Se trataba de un proyecto de transformación social, ya fuera a pequeña o gran escala, ya fuera desde arriba, desde abajo o más exactamente como sucedió, transversalmente. La fusión entre música e imagen se hizo tan patente, necesaria y directa que actualmente los visuales son algo básico en cualquier presentación de música en vivo. Y, en su reverso, todavía hoy es posible identificar qué música escucha alguien tan solo con ver su estilo de vestimenta, comportamiento, habla, …, en todos ellos se trasminó la música por un tiempo. Pero he aquí el meollo una vez más: esta impregnación sólo pudo germinar en una época determinada debido a una gran cantidad de factores que aún nos falta por desmenuzar completamente. La mayoría de la gente ni siquiera se ha dado cuenta de ello. Lo cierto es que el video no mató a la estrella de la radio, sino que le dio una nueva vida más compleja, al mismo tiempo que le representó su última etapa de apogeo. Le hizo más identificable, eso sí, y le capturó en un empaque más vendible. Con la llegada de internet se uniforman imagen y sonido, en tanto que sense-data, bajo la calidad de información.
Con la llegada de youtube se democratiza la posibilidad de la producción audiovisual y el videoclip queda un tanto olvidado en medio de una infinita gama de producciones de toda clase donde, por supuesto, lo que prevalece es la lógica de la mirada en la que tanto sonido como imagen van de la mano sin entrar en disputa o permitir desviaciones extremas. Se trata de una pesquiza logocéntrica en la que el sentido predomina. Si acaso la imaginería memética abrió un espacio inédito para batallas políticas, lo cierto es que, al dejar de lado la exploración sonora, este tipo de delirio dionisíaco se olvidó nuevamente. Lxs youtubers, o más recientemente lxs tiktokers, viven su vida entera como un meme, es cierto. Así que de algún modo el sueño de las vanguardias de igualar el arte y la vida se ha cumplido de manera perversa. Ahora bien, eso, como ya lo hemos dicho otras veces, no quiere decir que no haya posibilidad de que nuevas formas de resistencia, desviación o escape sean posibles.
Por supuesto, las relaciones entre música e imagen pueden ser infinitas. Se podría hacer, como lo intentaba Kandinsky, todo un intento de traducción de un medio a otro, o de un sentido al otro podríamos decir. El resultado, en su caso, fue un modo de representación pictórica inédito que después se dio nacimiento a un nuevo código visual, el de la Bauhaus. En el lado contrario, por supuesto que hay innumerables propuestas para ir mucho más allá del tan acartonado pentagrama para que a partir de algún insumo visual emerjan sonidos. Van desde aquellos que podríamos llamar “adaptaciones” de obras hasta métodos que plenamente se comprometen con la heurística y la improvisación. Se le llama sinestesia a una cierta capacidad para transitar entre los tipos de percepciones, regularmente de forma involuntaria. Así, algunxs músicxs testifican percibir colores mientras escuchan notas melódicas o viceversa. Es posible que los estudios sobre las capacidades –o todavía llamadas “divergencias”– aún estén en una fase de exploración inicial. Quizá la ruptura no solamente de la jerarquía, sino incluso de la distinción que sostiene la realidad como la hemos condicionado para la sociabilidad, puede llevarnos a estados aún impensados de la civilización.